En el corazón de los ciudadanos, puerto y ciudad son una misma historia. Así, cuando fueron construidos los grandes puertos en la otra orilla del río Maas, a finales del siglo XIX, y Rotterdam se convirtió en el mayor puerto de Europa, la ciudad reacciono con planes de transformación para modernizar la ciudad y mantener su presencia. Después de la segunda guerra mundial la ciudad invirtió con éxito a gran escala en el desarrollo del puerto, hasta convertirlo en el mayor puerto del mundo. Como consecuencia las actividades del puerto desaparecieron de la ciudad y la ciudad vio la potencia de estos espacios vacíos y cercanos y los transformó, de nuevo exitosamente.
Hace diez años el optimismo alcanzó un punto que podría haber llevado ahora a una enorme frustración. La ciudad y el estado invirtieron en una gran extensión para actividades portuarias en el Nordsee para incrementar la competitividad del puerto. El lógico beneficio para la ciudad fue que las actividades portuarias podrían continuar y que el espacio libre, denominado Ciudad-Puerto, fuera la extensión de la ciudad. Hoy en día está claro que estas políticas de transformación a gran escala no son realistas. Antes que sentirse frustrados con esta situación, nuevas ideas nos ayudaron a disfrutar de la capacidad de este espacio tanto para actividades portuarias como para las urbanas. Nos dimos cuenta que una multitud de las actividades existentes acercaban el trabajo a los ciudadanos y algunas actividades de la ciudad no tienen cabida en la ciudad, porque como espacios de consumo, tienen que tener lugar en esta ciudad-puerto.
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